Posted On 25 diciembre, 2025

Qué ver en Florencia y Pisa en 48 horas

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No todos los viajes empiezan con una idea clara. Algunos llegan de golpe, como una notificación inesperada. Así empezó este viaje sorpresa con Flykube, sin destino elegido, sin saber dónde dormiríamos, y sin más plan que dejarnos llevar por la magia de diciembre. Esa mezcla entre emoción, incertidumbre y ganas de aventura es algo que sinceramente, engancha.

Nos tocó Pisa como base, algo que al principio nos dejó un poco fríos, porque teníamos Florencia en la cabeza, pero lo cierto es que terminó siendo un acierto absoluto. Pisa está bien conectada, es manejable, barata para dormir y, lo mejor de todo, está a un tiro de piedra de otros rincones increíbles de la Toscana.

Todo esto pasó durante el puente de diciembre, así que ya te imaginas: mercadillos navideños, calles iluminadas, frío húmedo que huele a piedra antigua… y esa sensación de empezar el año antes de que termine el calendario.

Aquí va la escapada tal y como la vivimos.

Día 1 – Llegada sorpresa a Pisa

El vuelo aterrizó tarde, casi a las 21:40, y esa es la primera señal de que un viaje va a ser exprés: llegas, recoges la mochila, miras el mapa en busca de alguna trattoria o pizzería donde comer algo… y ya es prácticamente hora de dormir.

El aeropuerto de Pisa es pequeño, accesible y sin complicaciones. En cuestión de minutos estábamos en el alojamiento que nos había asignado Flykube. Nada de lujos, pero cómodo, limpio y perfecto para dormir y salir pitando al día siguiente.

Como Flykube avisa del destino con 48 horas de antelación, pudimos ser previsores y compramos los billetes de tren a primera hora hacia Florencia. Gracias a eso, no tuvimos que preocuparnos demasiado por la logística; solo repasamos en el mapa qué lugares y rincones eran imprescindibles para exprimir un día entero en la ciudad del arte, esa misma que tuvo la suerte de ver pasear entre sus calles al gran Miguel Ángel.

Para cenar, optamos por una pizza fritatta, típica toscana, en la pizzería Pancino. Quizás no fue la mejor elección justo antes de meternos en la cama, así que recomendamos dar un paseo suave por la orilla del río Arno después de cenar. Con el frío de diciembre y las luces reflejándose en el agua, es una forma perfecta de bajar la comida y hacer una primera toma de contacto con la ciudad antes de que empiece la aventura.

Día 2 – Florencia express

Nos despertamos temprano, muy temprano. Cuando tienes solo 24 horas para ver una ciudad como Florencia, sabes que el día va a ser un maratón: caminar, improvisar, priorizar y dejar que la ciudad decida un poco por ti.

El trayecto desde Pisa hasta Florencia en tren es rápido y sencillo. En menos de una hora estábamos en Santa Maria Novella, con ese primer impacto visual que solo tiene Florencia: calles estrechas, fachadas ocres y la sensación permanente de que alguien ha diseñado cada esquina con el mismo cuidado que un pintor obsesionado con la proporción perfecta.

El Duomo: la primera bofetada

Fuimos directos a la Piazza del Duomo, porque es inevitable. Da igual cuántas fotos hayas visto; estar allí, sentir la escala de Santa Maria del Fiore y ver la cúpula de Brunelleschi elevándose sobre tus hombros, es otra historia. Parece colocada en medio de la ciudad como si un gigante la hubiera dejado caer desde el cielo.

Antes de comenzar la visita completa, aprovechamos para tomar un espresso italiano acompañado de un cornettone relleno de pistacho. Consejo importante: Tómalo en barra. Los precios en mesa pueden triplicarse por el añadido del servicio

Entramos en el Caffè Scudieri, justo frente al Duomo. Es un clásico, y desayunar allí mientras observas el mármol bicolor de la fachada es una de esas pequeñas cosas que te recuerdan por qué viajar merece tanto la pena.

Freetour rápido para entender Florencia

Cuando tienes tan poco tiempo, un freetour es una excelente forma de aterrizar en la historia, los nombres y las conexiones que hacen que Florencia sea lo que es.

Comenzamos en Piazza San Lorenzo, el barrio donde la familia Medici empezó a forjar su poder. Aquí, el Palazzo Medici Riccardi actuó durante décadas como su cuartel general. Fue en sus salones donde nacieron tratos, alianzas, rivalidades y, en buena medida, los grandes mecenas que impulsaron el Renacimiento.

Seguimos hacia Santa Maria del Fiore, la catedral cuyo domo de Brunelleschi marcó un antes y un después en la arquitectura mundial. La ingeniería que permitió levantar esa cúpula sin andamiaje tradicional sigue siendo un misterio que los historiadores aún estudian.

Desde allí caminamos hasta Piazza della Signoria, el corazón político de Florencia durante siglos. Frente al Palazzo Vecchio, antigua sede del gobierno, se levanta la Loggia dei Lanzi, una galería abierta repleta de esculturas que parecen cobrar vida con el paso de la luz. Aquí, cada estatua cuenta una historia: la de luchas, dioses, héroes y símbolos del poder florentino.

Bordeamos la entrada del Corridoio Vasariano, ese pasaje secreto construido para que los Medici pudieran cruzar la ciudad sin mezclarse demasiado con el pueblo, y llegamos a las inmediaciones de los Uffizi, uno de los templos del arte más importantes del mundo.

Desde ahí, bajamos hasta el Ponte Vecchio, uno de los puentes más antiguos de Europa y, probablemente, uno de los más fotogénicos. Sus joyerías colgadas sobre el agua parecen sacadas de un decorado teatral.

Oltrarno, el alma de Florencia

Una vez terminado el freetour, decidimos cruzar el Ponte Vecchio y explorar Oltrarno, el barrio que guarda la esencia más auténtica de Florencia. Sí, estaba lleno de gente, es sábado, es diciembre, es Florencia pero aun así tiene una energía distinta. Aquí el ritmo baja, la vida se siente más local:

  • Cafeterías diminutas donde el aroma a café recién molido se mezcla con el frío.
  • Talleres artesanales donde aún se trabaja el cuero, la madera o el metal como hace siglos.
  • Restaurantes que huelen a pasta fresca, ragú lento y vino joven.

Oltrarno fue un acierto total: es más íntimo, más imperfecto, más florentino.

Piazzale Michelangelo y Campanile di Giotto

Como en invierno anochece pronto, decidimos subir a Piazzale Michelangelo unas horas antes del atardecer. La subida es suave, pero las vistas son un espectáculo incluso antes de que el sol empiece a caer. Desde aquí, Florencia se despliega como un cuadro: tejados rojizos, el Duomo dominándolo todo, el Arno serpenteando entre puentes.

Después de disfrutar del panorama, volvimos hacia el centro para comer en una trattoria cercana y, ya con el estómago lleno, subimos al Campanile di Giotto, desde donde se obtiene otra perspectiva increíble del Duomo y de la ciudad entera. Una subida exigente, sí, pero absolutamente recomendable.

Mercadillos de Navidad y un paseo entre escaparates

Tras bajar del Campanile di Giotto y con el cansancio empezando a notarse en las piernas, decidimos que era el momento perfecto para una comida tranquila. La elección fue Trattoria Zà Zà, un clásico muy cerca del mercado de San Lorenzo.

Zà Zà es de esos sitios que funcionan por algo: platos contundentes, producto bien tratado y un ambiente animado que mezcla locales y viajeros a partes iguales. Optamos por cocina tradicional toscana, pasta, carne y vino, ideal para reponer fuerzas después de un día intenso. No es el lugar más silencioso ni el más romántico de Florencia, pero sí uno de esos restaurantes donde sabes que vas a comer bien sin sorpresas.

Antes de retomar el camino hacia la estación, dimos un paseo hasta Piazza Santa Croce, donde durante el puente de diciembre se instalan los mercados navideños. Puestos de madera, luces cálidas, vino caliente y dulces típicos crean un ambiente muy distinto al del resto de la ciudad. Es una parada agradable para bajar el ritmo, curiosear sin prisa y disfrutar de ese contraste entre la solemnidad de la basílica y el bullicio festivo de la plaza.

Desde allí emprendimos el regreso hacia Santa Maria Novella, esta vez caminando sin rumbo fijo. Poco a poco, las calles históricas dieron paso a avenidas más abiertas, donde los escaparates de marcas de lujo se adueñan del paisaje. Durante algunos tramos, Florencia recuerda inevitablemente a Milán: grandes firmas, escaparates perfectamente iluminados y un aire más cosmopolita que contrasta con los talleres artesanos del centro histórico.

Ese paseo final fue la despedida perfecta de la ciudad: del Renacimiento al lujo contemporáneo en apenas unos pasos. Ya con el tren a Pisa esperándonos, nos llevábamos la sensación de haber exprimido Florencia al máximo en menos de 24 horas… y de haber dejado muchas razones para volver.

Día 3 – Lucca por la mañana, Pisa al caer la tarde

Después del sprint del día anterior en Florencia, el domingo pedía otro ritmo. Nos levantamos temprano, pero sin prisas, sabiendo que la mañana estaría dedicada a Lucca, una ciudad pequeña, amable y perfecta para pasear sin un plan cerrado.

Lucca: pasear sin mirar el reloj

Lucca es de esas ciudades que se entienden caminando. Su gran seña de identidad son las murallas renacentistas, perfectamente conservadas y reconvertidas en un paseo elevado que rodea todo el casco histórico. Recorrerlas a primera hora de la mañana, con el frío suave de diciembre y apenas gente, fue una de las mejores decisiones del viaje.

Desde lo alto, la ciudad se muestra tranquila, ordenada, casi silenciosa. Bajamos al centro y nos perdimos por sus calles empedradas, descubriendo pequeñas plazas, iglesias discretas y fachadas que no necesitan llamar la atención para resultar bellas.

Uno de los puntos más curiosos es la Piazza dell’Anfiteatro, construida sobre los restos de un antiguo anfiteatro romano. Su forma ovalada rompe con la geometría habitual de la ciudad y le da un carácter muy especial.

Lucca no busca impresionar, y quizá por eso funciona tan bien. Es una ciudad para bajar pulsaciones, para mirar detalles y para entender que no todos los viajes tienen que ser épicos para ser memorables.

Pisa: mucho más que una torre inclinada

A mediodía regresamos a Pisa. Esta vez no como base logística, sino con tiempo para descubrirla con calma. Nos dirigimos a la Piazza dei Miracoli, uno de esos lugares que, por muy visto que esté en fotos, gana muchísimo en persona. El conjunto formado por la Torre de Pisa, el Duomo y el Baptisterio parece una maqueta a escala real, perfectamente alineada sobre una alfombra de césped verde.

Esperamos a que cayera la noche, y fue entonces cuando Pisa nos sorprendió de verdad. Con menos turistas, luces suaves iluminando el mármol blanco y un silencio extraño para un lugar tan famoso, la plaza se vuelve casi hipnótica. Es uno de esos momentos en los que agradeces no haber ido con prisa.

Después, nos alejamos del recinto monumental para recorrer el centro histórico, cruzar el río Arno y callejear sin rumbo fijo. Pisa de noche es tranquila, universitaria, con bares sencillos y restaurantes sin pretensiones. Cenamos algo y dimos un último paseo, conscientes de que el viaje empezaba a llegar a su fin.

Día 4 – Volvemos a Madrid

El lunes llegó antes de lo que nos hubiera gustado. Tocaba madrugar de nuevo, recoger mochilas y poner rumbo al aeropuerto de Pisa casi sin hacer ruido, como si no quisiéramos despertar del todo a la ciudad.

A esas horas, Pisa estaba tranquila, todavía medio dormida. Un último vistazo desde el taxi, alguna calle vacía iluminada por farolas y esa sensación tan reconocible de final de viaje: cansancio mezclado con satisfacción, en pocas horas estaríamos de vuelta en Madrid, pero con la cabeza aún paseando entre calles empedradas, cúpulas renacentistas y murallas silenciosas.

Este viaje empezó como una incógnita y terminó como una de esas escapadas que se recuerdan con especial cariño. Apostar por un viaje sorpresa con Flykube es aceptar que no todo tiene que estar bajo control, y eso, en un mundo donde lo planificamos absolutamente todo, se agradece más de lo que parece.

Dormir en Pisa, usarla como base, improvisar rutas en tren, exprimir Florencia en pocas horas, pasear sin rumbo por Lucca y despedirnos de la Toscana a los pies de la Torre inclinada fue una combinación inesperada, pero muy bien equilibrada.

Viajar en el puente de diciembre añadió ese extra de ambiente: luces navideñas, mercados, frío que invita a caminar rápido y a sentarse después frente a un plato caliente. No fue un viaje largo ni especialmente profundo en cada destino, pero sí intenso, variado y muy bien aprovechado.

Si algo nos dejó claro esta escapada es que no siempre hace falta mucho tiempo para viajar bien. A veces basta con una buena conexión entre ciudades, ganas de caminar, y la actitud de dejarte sorprender.

Volvimos a Madrid con la sensación de haber vivido más días de los que marcaba el calendario. Y eso, al final, es una de las mejores señales de que un viaje ha merecido la pena.

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