No sé muy bien cómo describir Marruecos sin sentir que algo se me escapa, es un destino que llevaba tiempo rondándome la cabeza, y por fin tuve la oportunidad de conocerlo acompañado de dos grandes amigos y compañeros de fatigas, Andrea y Jorge. Ellos ya habían estado antes, así que no dudaron en lanzarse a organizar una ruta que nos permitiera saborear una pequeña parte del país en pocos días.

Marruecos tiene algo que engancha, su gente, hospitalaria y cercana; el bullicio constante en las calles, los atardeceres de otro mundo, el arte del regateo, los olores intensos que no sabes si te encantan o te incomodan… Es un país que te obliga a estar presente y agudizar tus sentidos.

En esta ocasión, nuestro viaje duró siete días (incluyendo los vuelos desde Madrid) y decidimos pasar la mayor parte del tiempo en ruta. Queríamos conocer no solo Marrakech y el desierto del Sáhara, sino también algunos de los lugares más icónicos del camino que conecta ambos mundos.

Si estás pensando en ir, te aconsejo que no lo pospongas demasiado: está cerca, es accesible y tiene esa mezcla perfecta de exotismo, historia y caos encantador. Las callejuelas laberínticas de Marrakech, los sabores intensos y especiados, la inmensidad hipnótica del desierto de Merzouga… Marruecos es un viaje sensorial en toda regla.

Tanto si estás preparando tu escapada como si solo quieres viajar con la imaginación, aquí va nuestra experiencia: una ruta imperfecta, improvisada a ratos, pero llena de momentos que no se olvidan. Ojalá te sirva de inspiración para la tuya.

Día 1 – Llegada a Marrakech y Jemaa el-Fna

El aeropuerto de Marrakech (RAK) no es especialmente grande, pero desde el primer momento sabes que has aterrizado en otro lugar. El calor seco, el polvo que flota en el ambiente, ese sol que cae distinto… y los carteles, que aparecen en una tipografía que no reconoces, son solo algunas de las primeras pistas.

En cuestión de segundos, también notarás la pérdida del roaming, una señal más de que toca cambiar el chip; en el mismo lobby del aeropuerto encontrarás varios puestos que ofrecen tarjetas SIM locales. Hay distintas opciones según la duración del viaje, y la verdad es que suelen ser más económicas que las eSIM internacionales. Eso sí, ten en cuenta que para usarlas tendrás que retirar tu SIM física, así que guárdala bien durante el viaje.

Como en casi todos los aeropuertos, al salir del último control te recibe una multitud. Decenas de personas esperan con impaciencia a sus familiares, amigos, clientes… o simplemente están al acecho de alguien que acaba de llegar y aún no tiene claro cómo ir al centro. No tardarán en ofrecerte su servicio por un puñado de dírhams, y lo cierto es que puede ser una opción válida más allá del taxi oficial.

Eso sí, ten en cuenta que en Marruecos, al igual que en muchos países del norte de África y Oriente Medio, el regateo forma parte de la cultura cotidiana. No es raro que se intente aplicar un “suplemento” a quien parece recién llegado, así que conviene estar alerta y negociar con calma y respeto. Recuerda esto desde que bajas del avión, aquí las reglas del juego son distintas, y está bien dejarse llevar, pero no del todo. Dicho esto, el precio medio del viaje al centro es de unos 80 dirhams (7,60€ al cambio en el momento de escribir estas líneas).

Parada táctica en el Riad que ya cogimos desde España a través de Booking y listos para continuar la aventura. Segunda preocupación: cambio de moneda, prácticamente todo se paga con cash, raro es el sitio (exceptuando algún que otro hotel o restaurante) que acepte pagos con tarjetas.

Te preguntarás dónde encontramos el mejor cambio de Euros (EUR) a Dirham (MAD), pues como no podía ser de otra manera y todo el mundo que ha ido alguna vez a Marrakech ya sabrá, el Hotel Ali es lo más barato que podrás encontrar. En la planta calle tiene 3 ventanillas de cambio que dan directamente a la plaza y otras dos por la parte trasera que dan a una calle que desemboca a la plaza, considera cambiar en estas últimas pues esquivarás la cola que se forma de gente cambiando dinero. Es importante que pidas el ticket de la transacción para verificar que el cambio lo han hecho correctamente, tras contar y comprobar, ya solo queda comenzar el recorrido por la ciudad dispuestos a gastar esos Dirhams

Casa de cambio – Hotel Ali en Jemaa el-Fna

Nuestra primera parada fue gastronómica, tocaba estrenarse con un tajine en uno de los «mejores» locales de Marrakech. Y digo “mejores” entre comillas porque así lo afirmaban TripAdvisor y Google Maps, aunque probablemente buscando un poco más se pueden encontrar sitios igual de buenos o incluso mejores. Aun así, como primera toma de contacto fue perfecta. Jamás lo había probado antes, y me gustó tanto que desde entonces lo pedí en casi todos los sitios donde comimos. Distintas versiones, distintos sabores, pero siempre con ese toque especiado y cálido que se me quedó grabado. Es un plato que se ha ganado mi corazón.

El restaurante estaba justo al lado de la mítica plaza de Marrakech, así que la siguiente parada, como no podía ser de otra forma, fueron los puestos de batidos de frutas. Están ahí desde que amanece hasta bien entrada la noche, cortando y batiendo frutas sin parar. Los precios son similares en todos y basta con un vistazo rápido para ver que parecen haber sido cortados todos por el mismo patrón.

La plaza es un espectáculo en sí misma, juegos de apuestas, encantadores de serpientes, músicos, las (tristemente habituales) fotos con monos encadenados, y puestos ambulantes de todo tipo. Puedes pasarte horas y horas dando vueltas, dejándote llevar entre el bullicio, los aromas y los sonidos.

Aunque nosotros lo dejamos para otro día, si te cuadra en el itinerario, desde la misma plaza puedes ver un buen atardecer. Una opción muy recomendable es subir a la terraza del bar-hotel Le Grand balcon du café Glaciar, donde por unos cuantos dírhams puedes tomarte algo y disfrutar del sol cayendo sobre el caos ordenado de la plaza. Eso sí, intenta ir con tiempo porque suele estar bastante concurrido.

Muy cerca de la plaza se encuentra la Mezquita Koutoubia, uno de los símbolos más reconocibles de Marrakech. Su alminar se eleva 77 metros y se puede ver desde casi cualquier punto del centro. Construida en el siglo XII durante la dinastía almohade, fue un modelo arquitectónico que luego inspiró otras mezquitas como la Giralda de Sevilla o la Torre Hassan de Rabat. Aunque no se puede visitar por dentro si no eres musulmán, merece mucho la pena rodearla y admirar su elegancia desde el exterior, especialmente con la luz del atardecer.

Un pequeño paseo por los alrededores de la plaza, dejándote llevar por la marea de gente que entra y sale del zoco o se pierde en dirección a la kasbah, es la mejor forma de rematar la primera jornada. Nada como observar sin prisa, caminar sin rumbo y dejarte envolver por esa energía vibrante que no parece apagarse nunca.

Para cenar, optamos por uno de los clásicos puestos de comida callejera que se montan cada noche en la plaza Jemaa el-Fna. Y si antes decíamos que los puestos de zumos parecían cortados por el mismo patrón, los de comida no se quedan atrás. Mucho grito, mucho humo, mucha promesa de “the best food in Marrakech”. Nosotros acabamos en el número 17, Chez Ba Hassan, y la verdad es que cenamos muy bien, platos especiados, sabrosos, con ese toque casero que apetece después de un día largo.

Eso sí, un consejo importante: revisa la cuenta antes de pagar. Es bastante habitual que intenten colarte algún plato no pedido o inflar el número de comensales. No siempre con mala intención, a veces simplemente por costumbre. Lo mejor es mantener el buen humor, preguntar con tranquilidad y revisar lo que se ha consumido.

Día 2 – Llegada a Marrakech

Nos levantamos temprano (como siempre que viajamos) para aprovechar las horas de luz, que dicho sea de paso, nos sobraban por todos lados… La idea era exprimir la mañana, y a la hora de más sol buscar alguna siesta o una parada larga para descansar.m

En esta segunda jornada realizamos la mayor parte de las visitas obligadas de Marrakech, comenzamos por el Palacio de la Bahía, una joya arquitectónica del siglo XIX que sorprende por su complejidad estructural y la belleza de sus detalles. Es fácil perderse entre sus patios, salones ornamentados con madera de cedro y mosaicos zellij que parecen bordados en piedra. Fue concebido para ser el palacio más impresionante de su tiempo y algo de eso se sigue notando al caminar por sus pasillos.

Después continuamos con el Palacio el Badi, en ruinas pero aún imponente, con su inmenso patio central y las colonias de cigüeñas anidadas sobre las murallas que lo rodean. Aunque queda poco de su esplendor original, hay algo mágico en ver las sombras moverse sobre los restos de lo que un día fue un palacio de leyenda.

Nos dirigimos después a la Madrasa Ben Youssef, probablemente uno de los lugares más fotogénicos de Marrakech. Esta antigua escuela coránica, restaurada con mimo, es un remanso de calma donde se puede imaginar el estudio silencioso de los estudiantes en torno al patio interior, rodeados de mármol, madera tallada y estuco que parece una filigrana.

Tras esta mañana intensa de visitas, optamos por una parada larga en uno de los salones de té más bonitos y recomendables de Marrakech, un pequeño oasis de sombra y frescor donde degustamos un par de tés morunos con hierbabuena y pastas mientras dejábamos que el calor del mediodía pasara.

Con las energías renovadas y los cuerpos más descansados, regresamos al zoco, esta vez con una mirada algo más entrenada y el ánimo preparado para regatear con algo más de picardía; tras ello, decidimos explorar a nuestro aire los alrededores del Zoco, hacia el extrarradio. No lo recomendaríamos especialmente, no porque sea peligroso, sino porque no hay mucho que ver salvo la vida cotidiana de los lugareños. Interesante, sí, pero si vas con ganas de ver “lo turístico”, lo bonito está de murallas hacia dentro.

Como colofón, volvimos a pasear por las laberínticas e infinitas callejuelas del Zoco para cenar por la zona de la plaza, esta vez en otro restaurante de tajines muy recomendado. Y luego, con la tripa llena, emprendimos el camino de vuelta hacia nuestro pequeño Riad, que parecía alejarse más y más conforme caía la noche y comenzaban a cerrarse las puertas del Zoco.

Perderse de noche por Marrakech es toda una experiencia. Sin apenas luces, ni gente, ni referencias claras, avanzar se convierte en un pequeño juego de orientación y nervios. Tuvimos suerte y no hubo que insistir demasiado, pero no faltó quien, al vernos con cara de “turistas perdidos”, se ofreció a ayudarnos a cambio de unos dirhams. Que lo sepáis: si os perdéis por la noche, probablemente alguien se ofrezca a guiaros… previo pago. No pasa nada, pero conviene tenerlo en cuenta.

Día 3: Roadtrip a Merzouga

Comenzamos cogiendo fuerzas en nuestro riad con su ya conocido para nosotros smegma de desayuno, una selección sencilla pero efectiva de pan plano, dulces típicos, huevos cocidos y, cómo no, su inseparable té moruno. Tras llenar el estómago y el alma, partimos en busca del coche de alquiler que nos llevaría rumbo a nuestro ansiado destino, el desierto de Merzouga.

El camino, lejos de ser una simple transición, es en sí mismo parte fundamental del viaje, entre paisajes que cambian de tono con cada kilómetro y pueblos que aparecen como espejismos en mitad del terreno árido, hicimos varias paradas en puntos que, aunque algo descuidados, conservan una magia particular. Uno de ellos fueron las carreteras laberínticas de Zerkten, de camino a Aït Zineb, donde los caminos se retuercen entre montes y colinas dibujando formas casi imposibles.

Poco después, llegamos al mítico Ksar de Aït Ben Haddou, una ciudad fortificada declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se trata de una joya de la arquitectura de adobe, situada en una colina junto al río Ounila, que ha servido de escenario natural para innumerables películas y series como GladiatorLawrence de ArabiaJuego de Tronos o La joya del Nilo…. Al caminar por sus callejuelas, uno se encuentra con pequeñas tiendas de recuerdos regentadas por beréberes, como fue nuestro caso con Ahmed, que no solo se ofreció a vendernos unas postales y artesanía local, sino que además nos compartió historias de sus travesías por el desierto del pueblo beréber.

Cruzamos a continuación a Ouarzazate, donde, frente al Kasbah Taourirt, se encuentra el Museo del Cine. Si bien no era una visita que teníamos planificada, decidimos entrar por curiosidad y fue una sorpresa mayúscula, en su interior, una exposición de cámaras, vestuarios, decorados, claquetas, focos y artilugios de todo tipo utilizados en rodajes. Un paraíso para los amantes del cine y un soplo de aire fresco en medio del polvo del desierto.

Ya por la tarde, hicimos una pequeña desviación para contemplar el Kasbah de Amridil. Aunque optamos por no entrar (la visita es de pago), nos quedamos un buen rato admirando su imponente fachada de adobe desde el exterior. Nos pareció un perfecto contraste al de Aït Ben Haddou, más sencillo y menos transitado, pero con ese aire de autenticidad que te invita a imaginar siglos de historia entre sus muros.

Con la tarde cayendo y varias horas más de carretera por delante; no sin antes superar varios controles policiales que ya casi se vuelven parte del paisaje, llegamos a Tinghir, nuestra parada para pasar la noche. Cenamos otro delicioso tajine de kefta y aprovechamos para descansar y reponer fuerzas. El día siguiente prometía aún más aventura.

Día 4: Gargantas de Todra y Dades

Continuamos la aventura hacia Merzouga, cruzando las gargantas del Dadès y del Todra, con una parada imprescindible en los famosos “Dedos de Mono”, formaciones rocosas que nos recordaban a los churros de arena que hacíamos de pequeños en los castillos de playa. Atravesamos carreteras sinuosas que serpenteaban entre pueblos aislados en las montañas, donde el tiempo parecía haberse detenido. A cada curva, una nueva postal: niños jugando en el polvo, mujeres lavando ropa en los ríos, y muros de barro fundiéndose con el paisaje.

En uno de estos pueblos de montaña, decidimos detenernos de forma súbita en el arcén al ver cómo dos transeúntes emergían en nuestra postal, caminaban con sus bicicletas, enmarcados por una montaña colosal al fondo; sin lugar a dudas, fue un momento que pedía ser detenido en el tiempo. Aquí fue donde, por fin, el francés aprendido durante los años de escuela cobró sentido: gracias a él, ambos accedieron con amabilidad a ser retratados, regalándonos una de las escenas más auténticas del viaje. A pesar de intentar inmortalizar el momento con la cámara, no conseguimos captar la sensación que tuvimos allí mismo, la escala del paisaje, la serenidad de sus rostros, y la belleza abrumadora de esas montañas que, sin duda, merecen una visita más pausada en el futuro. Sin más tiempo que perder, proseguimos nuestro viaje hacia nuestro ansiado oasis de paz.

Llegamos a Merzouga al atardecer, justo cuando el sol empezaba a fundirse con las dunas y el horizonte se teñía de oro viejo. Fue un momento silencioso, como si el propio desierto nos hubiese pedido bajar el ritmo y dejarnos llevar entre las brisas áridas del Sahara. Nos alojamos en un riad encantador, a escasos metros de las primeras dunas, un lugar sencillo pero cálido, con esa arquitectura tradicional que parece mimetizarse con la arena. Desde el patio se oía el viento peinar el horizonte y, al fondo, el perfil de los dromedarios esperando pacientes para la jornada del día siguiente. Allí nos recibió Hassan, nuestro anfitrión, con muchas ganas de conocernos y de entablar lo que más tarde se convertiría en una amistad a distancia. Un gran hombre en un gran lugar como es este desierto; sin lugar a dudas, conocerle fue una experiencia más que sumar a nuestros sacos de vida. Aquella noche dormimos arropados por las paredes de barro y el árido aire del Sahara, cogimos fuerzas y nos preparamos para dejarnos llevar entre las dunas, sus gentes y sus historias.

Día 5: Adrenalina y silencio en el Sahara

El despertador sonó antes de que el cielo comenzara a clarear, pero la emoción ya nos había despertado mucho antes. A esa hora, el desierto es un lugar distinto, el frío sorprende, el silencio es absoluto y el horizonte apenas se intuye como una línea oscura recortada contra un cielo estrellado que parece infinito.

Los motores rompieron el silencio y en cuestión de segundos estábamos surcando a toda velocidad con unos quad las infinitas dunas del desierto del Sahara, poco a poco fuimos subiendo una de las dunas más grandes de Erg Chebbi hasta que decidimos hacer una parada en la cresta para contemplar el amanecer con nuestros ojos y dejarnos llevar por el sonido del viento y el silencio del desierto; fue entonces cuando entendí que el Sahara no es solo aventura, también es pausa y contemplación.

Nuestro guía tenía un as en la manga, sacó una tabla de snowboard del quad y comenzamos a lanzarnos desde lo más alto hasta la falda de la duna, la sensación de subir por una ladera de arena y dejarse caer después, mientras el viento te golpea la cara, es simplemente brutal.

Tras un par de horas de recorrido, volvimos al riad cubiertos de arena, con el corazón todavía acelerado y esa sonrisa tonta que te deja la mezcla de libertad y euforia. Una ducha rápida, un nuevo té moruno con hierbabuena y pan recién hecho, y ya estábamos listos para el resto del día.

💡 Consejo viajero:

-Si quieres ahorrar, pregunta en varios riads: muchos tienen acuerdos con guías locales y ofrecen mejores precios que las agencias online.
-Excursión en quad + sandboard: entre 50 y 70 € por persona (2 horas).
-Lleva gafas cerradas, pañuelo para cubrir la cara y protección solar. La arena y el sol no perdonan.

Tras el desayuno, tuve un pequeño impás antes de que nos vinieran a buscar y en vez de quedarme quieto, decidí atarme los cordones de las zapatillas y salir a correr por el desierto. Cuarenta minutos de arena, horizonte infinito y silencio absoluto. No es fácil, la arena blanda te roba energía a cada zancada, pero la sensación de avanzar en medio de esa inmensidad fue brutal. Sin música, sin mapas, solo el sonido de mi respiración y el viento. Una experiencia super enriquecedora que agradecí haber tomado, porque me permitió conectar de otra manera con ese paisaje único.

Poco después llegó nuestro guía Ali con su inseparable ranchera 4×4. Nos saludó con una sonrisa enorme y enseguida notamos esa mezcla de calma y carisma que lo caracterizaba. Con él nos adentramos en las aldeas bereberes de la zona. Ali no solo nos llevó de un sitio a otro, nos abrió una ventana a su mundo. Nos contó historias de su pueblo, de cómo habían aprendido a sobrevivir en un entorno tan duro, de las tradiciones que aún conservan y de cómo el turismo convive con esa vida nómada que se resiste a desaparecer.

En una de las aldeas nos presentó a unos familiares suyos, que nos recibieron con la hospitalidad que parece estar grabada en el ADN bereber. Nos invitaron a entrar en su casa y, sin apenas tiempo para reaccionar, ya estábamos sentados en alfombras bebiendo té con hierbabuena y probando pan recién hecho. La escena era sencilla, pero tenía algo mágico: la naturalidad con la que te hacen sentir parte de su casa, aunque solo seas un viajero de paso.

Mientras tomábamos el té, Ali nos habló de su infancia en el desierto, de cómo la vida nómada ha ido transformándose con los años, y de lo que significa para ellos convivir con un entorno tan hostil y, al mismo tiempo, tan lleno de vida. No eran grandes discursos, sino pequeñas historias cotidianas que se te quedaban grabadas por la calma con la que las contaba.

Con el corazón lleno y la mente todavía viajando entre dunas y canciones, regresamos al riad para descansar un rato y prepararnos para lo que vendría después, la noche en un campamento beréber bajo un cielo estrellado que prometía dejarnos sin palabras.

Al caer la tarde, nos dirigimos al campamento bereber situado en pleno corazón de las dunas. La idea inicial era pasar allí la noche, dormir bajo un cielo plagado de estrellas, pero el tiempo no acompañó: las nubes se empeñaron en robarnos ese espectáculo; aún así lejos de sentirlo como una decepción, se transformó en otra experiencia única.

Nos reunimos en torno a una hoguera, rodeados de las jaimas que se mecían con el viento. Pronto comenzaron a sonar los djembes y los cánticos bereberes, y sin darnos cuenta estábamos bailando y riendo junto a nuestros anfitriones. El fuego iluminaba los rostros, el ritmo marcaba los pasos, y por unas horas no existió otra cosa que ese círculo de luz, música y arena infinita alrededor.

Ali volvió a recogernos en su 4×4 para llevarnos de regreso al riad, pero antes hizo una última parada entre dunas. Allí, en mitad de la nada, apagó el motor y nos invitó a escuchar “el ritmo del desierto”. El silencio era tan profundo que podías distinguir el eco lejano de los animales nocturnos. Miramos al cielo y tras la tormenta, las nubes se abrieron tímidamente para dejar asomar algunas estrellas. Fue el cierre perfecto, un instante breve, pero tan poderoso, que se quedó grabado en nuestra memoria como uno de los momentos más auténticos del viaje.

Día 6 – Regreso hacia Marrakech

Nos despertamos con la sensación de que el viaje empezaba a acercarse al final, pero todavía nos quedaba un día completo de carretera, paisajes y descubrimientos. Arrancamos el motor de nuestro coche de alquiler pero justo apareció Hassan, de quien ya nos habíamos despedido previamente pero no pudo evitar volver a despedirse de nosotros.

Durante el trayecto, hicimos varias paradas improvisadas en pueblos desconocidos, aquellos que no aparecen en las guías turísticas, simplemente porque la vida allí sucede sin prisa y vale la pena detenerse. Las calles eran polvo, barro y sol, y cada esquina parecía guardar una postal inesperada. Sacamos la cámara más de una vez, no solo para fotos, sino para inmortalizar la vida cotidiana, niños jugando, mujeres lavando ropa, hombres charlando bajo la sombra de un muro.

En uno de esos tramos, nos topamos con dromedarios en libertad, paramos el coche tan rápido como pudimos y nos acercamos despacio. Verlos moverse con tanta calma, en medio de eso paisaje interminable, fue un momento que me recordó por qué Marruecos engancha, cada estampa tiene su propia magia.

Más adelante, hicimos una parada para tomar un té moruno improvisado en una de esas furgonetas-café que encuentras a lo largo de las carreteras del desierto. Equipadas con placas solares, cafetera y tetera, son todo un símbolo de ingenio, ofrecen bebida caliente y hospitalidad a quienes pasan por allí, y nos permitió descansar, estirar las piernas y charlar un rato con el propietario sobre la vida en la zona.

Al caer la tarde, llegamos a Telouet, donde decidimos pasar la noche. Este pequeño pueblo, que aún muestra las cicatrices de terremotos pasados, nos recibió con calma y autenticidad. Nada más llegar, nos acercamos a uno de los dos bares que hay en el pueblo y, para nuestra sorpresa, estaban viendo la final de la UEFA: Betis contra Chelsea. Lo increíble fue que todos los locales apoyaban al Betis con una pasión que nos dejó boquiabiertos; ver cómo se emocionaban, celebraban cada jugada y compartían el entusiasmo con unos extranjeros que ni siquiera conocían, fue una sensación única, uno de esos momentos que se quedan grabados en la memoria del viaje.

Esa noche cenamos el último tagine del viaje, y puedo decir sin exagerar que fue el más rico de todos probablemente por la sencillez, la naturalidad de los ingredientes, la preparación casera y el ambiente auténtico, lejos de cualquier turismo masivo. Telouet nos regaló una sensación de despedida tranquila, mientras el sol se escondía entre montañas aún marcadas por el tiempo y la recuperación.

Día 7 – Últimas horas en Marrakech

El último día llegó rápido, tras desayunar en el riad, nos dirigimos a entregar el coche de alquiler, poniendo fin a nuestra ruta por el Atlas y el desierto, pero no sin antes aprovechar cada minuto restante en Marrakech.

Con el coche ya devuelto, volvimos a la plaza Jemaa el-Fna para pasear por última vez por sus callejuelas laberínticas y dejarnos envolver por el bullicio característico de la ciudad. Era nuestro último contacto con los encantadores vendedores de zumos, los músicos callejeros y los colores intensos de los puestos de especias y artesanía, cada esquina parecía despedirse de nosotros con pequeños detalles que nos harían sonreír durante mucho tiempo.

Para comer, nos sentamos en un restaurante con terraza, disfrutando de las vistas de la medina de Marrakech. La combinación de sabores especiados, el calor del sol y la brisa ligera de la tarde hicieron que cada bocado fuera un recordatorio de todo lo vivido durante la semana.

Antes de dirigirnos al aeropuerto, aprovechamos para hacer la última ronda de souvenirs en el mercado, desde especias hasta pequeños objetos de artesanía, cada compra era un recuerdo tangible de las experiencias compartidas, las risas, los paisajes y las historias que nos llevábamos de Marruecos.

Con las bolsas llenas y el corazón satisfecho, nos dirigimos al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Madrid, dejando atrás Marruecos pero llevándonos con nosotros todo lo que este país ofrece: caos y calma, aventura y contemplación, hospitalidad y colores imposibles de olvidar.

Recomendaciones finales

  • Planifica, pero déjate sorprender: Ten un itinerario aproximado, pero permite espacio para paradas improvisadas; algunas de las mejores experiencias surgen en esos momentos inesperados.
  • -Regatea con respeto: Es parte de la cultura y puede ser divertido, pero siempre con educación y buena actitud.
  • -Efectivo y tarjetas: Lleva suficiente dirhams en efectivo para mercados y puestos callejeros; los hoteles y restaurantes suelen aceptar tarjetas.
  • -Protección solar y ropa cómoda: Especialmente en el desierto, gafas de sol, crema y pañuelo para cubrir cara y cuello son imprescindibles.
  • -Conecta con la gente local: Acepta invitaciones a tomar té, conversa con guías y habitantes; son ellos quienes dan alma a Marruecos.
  • -Respeta el entorno: Dunas, kasbahs y aldeas merecen ser disfrutadas sin alterar su esencia; deja solo recuerdos y fotografías.

Si buscas un destino que combine aventura, cultura, paisajes imposibles y encuentros humanos auténticos, Marruecos es una elección que nunca decepciona. Y si decides emprender este viaje, hazlo con los ojos y los sentidos bien abiertos puesto que no solo recorrerás lugares, sino que vivirás historias que se quedarán contigo para siempre.